Desde hace siglos en Mallorca, como en todos los rincones del Mediterráneo, los hombres cultivan olivos, recogen aceitunas y prensan el aceite. Un trabajo tan viejo como el mismo mar por el que llegaron griegos y fenicios con las primeras cepas de olivo hasta estas costas.
Por eso el aceite de oliva es uno de los ingredientes fundamentales de la gastronomía mallorquina y de la del resto de las Baleares. El aceite mallorquín en particular es hoy uno de los productos de mayor calidad que se producen en la isla y se cuenta entre los más demandados por los propios mallorquines y por la gente que visita este destino tan turístico.
Y es que el oli d´oliva mallorquín tiene unas características propias que lo diferencian del resto de variedades de aceite español. Esto se debe al clima húmedo y cálido de las islas, así como el tipo de suelo, que han determinado la variedad de olivo y el tipo de cultivo que mejor se adapta a este entorno.
Mucha gente que viaja por primera vez a Mallorca se asombra ante la imagen de esos viejos olivos de tronco retorcido que crecen entre las rocas de la Serra de Tramuntana, a una altitud que puede llegar a alcanzar los 800 metros sobre el nivel del mar.
En la denominación de origen "Oli de Mallorca" encontramos dos variedades:
- En primer lugar, una variedad de aceite de color amarillo-verdoso, obtenido a partir de las aceitunas más verdes, con cierto sabor frutado.
- La segunda variedad tiene un color más dorado y un sabor más dulce y suave, indicado para aliñar las ensaladas, el trempó mallorquí o el emblemático y sencillamente delicioso pa amb oli.
Y hablando de olivos y aceite, no podemos pasar por alto las aceitunas de la isla, que también presentan dos grandes variedades: las olivas negras y las trencades, un aperitivo ideal para cualquier comida típica de la isla.
En los últimos años el éxito y la consideración del aceite de oliva de Mallorca ha aumentado de tal modo que en la mayoría de mercados, agroturismos y casas rurales se pueden encontrar. Muchas viejas payesías han recuperado sus viejas almazaras (tafones) para fabricarlo y exportarlo fuera de la isla. Incluso algunos pueblos como Caimari, en el piedemonte cerca de Inca, lo han convertido en su gran seña de identidad.